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Mimi eligió el restaurante que sabía le gustaba a él,
fue a la manicura y a la peluquería, seleccionó un vestido elegante y sencillo.
Se aseguró que él tenía su camisa preferida y el traje azul con la corbata
haciendo juego.
Llamó al restaurante para asegurarse que habría el
menú que los deleitaba.
Roberto saldría temprano ese día del trabajo, para
algo debía servirle su nuevo ascenso y el cúmulo de horas extras que hacía
durante el año.
Compró flores a su mujer y puso su mejor cara de
feliz enamorado, aunque cumplieran diez años desde aquel primer día.
Tenía un regalo en su cajón desde hacía días…
seguramente ella habría comprado otro.
Cuando llegó vio a su mujer peinada y en bata, recién
bañada. -Me baño y conversamos- le dijo después de las flores y del beso, más
largo del habitual.
Tenían muy buen humor, parecían de quince años. Reían
sin motivo aparente, como si fueran a hacer una travesura.
-
-Tenemos mucho tiempo, querido…
- -Le sacaremos provecho- dijo él entrando al baño.
Cuando Roberto salió de la ducha con la toalla a la
cintura, ella volvió a admirar ese cuerpo varonil, los bíceps, hombros anchos…
su cara angulosa y esa mirada… El vio a una mujercita delicada, de ojos
profundos y dulces, curvas de diosa, ese cuello terso y los labios más
apetecibles del Planeta.
Se abrazaron para sentir que la vida les sonreía,
para reconocerse en un amor eterno y el resto llegó solo…
Ahora deberían apurarse un poco… recomponer el
cabello, el maquillaje de ella era lo más difícil, pero lo lograría.
En eso estaban cuando sonó el timbre ¿Quién a esta
hora? Y sin avisar… Roberto tomó impulso y se dirigió al portero eléctrico,
pero no contestó nadie. Con el segundo timbrazo entendió que quien fuera el
inoportuno estaba detrás de la puerta. Miro por el visillo y su boca se abrió
para exclamar: - ¡Mamá!
Entonces abrió la puerta y allí estaba ella, con
valija incluida… mil escenas pasaron por su mente y la idea de sentirse
manipulado ¡otra vez! le golpeó la frente:
- -No te esperábamos, ¿estás bien?
Esa pregunta bastó para que la señora se lanzara a
sus brazos y mojara la camisa recién puesta.
- - Cálmate mamá, ¿qué pasó?
- -¿Qué crees? Tu padre…
Y la catarata de sollozos hipos e improperios hacia
la pareja materna se sucedieron por minutos que parecieron horas…
Mimi escuchó desde el dormitorio, primero preocupada,
luego temerosa de arruinar la jornada… pero una decisión fue creciendo en su
interior… sin hacer ruido fue hasta la cocina, abrió un par de latas, las volcó
en un plato y las calentó. Aprovechó para poner las flores en un jarrón y se
encaminó hacia la salita donde Roberto trataba de consolar a su madre que no
dejaba de hipar y mover negativamente la cabeza.
Ella se sentó cerca de su suegra y le puso una mano
sobre el hombro, la suegra se sobresaltó. Roberto miraba esperando alguna
reacción, sin atreverse a pensar qué.
-
-Perdone suegra -dijo Mimi- escuché que tiene
problemas con su esposo y me apena mucho. Pero, no se preocupe, aquí podrá
descansar y estar tranquila para pensar. Le dejo cena sobre la mesa y postre en
la nevera. Ya sabe que esta es su casa. Nosotros tenemos una reservación y se
nos está haciendo tarde, pero al volver hablaremos más con usted, si no está
dormida.
Roberto entendió que esa voz suave estaba cargada de decisión.
Dejando a la mujer con un “pero” sin consecuencia,
los ojos desorbitados y el gesto de pregunta… terminaron de vestirse y salieron
presurosos dándole besos en sendas mejillas.
Disfrutaron esa noche como ninguna otra, era la
primera vez que no anulaban o postergaban la cita, la primera vez que no
mentían a “mamá”.
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No sabían cómo, pero ella siempre se enteraba y
arruinaba veladas y hasta vacaciones. Esa noche Mimi se dijo a sí misma: “basta”.
Por alguna razón no se sorprendieron al no
encontrarla cuando volvieron a casa.
Poco después confirmarían que todo estaba bien y que el horizonte olía a libertad.
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