Miro la espalda de la madre curvándose sobre la tierra,
rastrilla, limpia, destroza la tierra y hace pequeños agujeros, con una pala de
mano. Poco a poco rellena los huecos con brotes que ha cultivado por unas
semanas, en macetitas descartables y es hora de que los retoños tengan su
propia tierra y se conviertan en lo que el destino les tiene asignado. Las mira
y las ve crecidas con las flores enormes mirando el sol. Las quiere plantar
para ella y para su hijo que ya no está. Eran sus flores preferidas, los
girasoles. También para su hija, y sus nietas que disfrutan echando agua desde
una pequeña regadera. Ella sabe que el hijo, donde esté, disfrutará de esos
colores, del tamaño de las plantas. La mujer se levanta, sonríe y se mira la
piel que se lastimó con la azada, se lavará las manos y usará una gasa para su
herida, diciendo “no es nada”, como dicen todas las madres. Ha disfrutado en
silencio el diálogo con la tierra y los tiernos brotes prestos a crecer, ha disfrutado
el canto de los pájaros, la memoria de su hijo y la presencia lejana de sus
nietos, ocho cuenta y sonríe: “hasta ahora”. Alimenta a las niñas, a la perra y
la gata, su hija la mira sonriente desde su escritorio. Se quieren y respetan.
Ordena algo en la cocina y deja una bandeja preparada para la cena. Sube las
escaleras, está algo cansada. Se sienta en su sillón y se pone a escribir:
“Miro la espalda de la madre curvándose sobre la tierra…”
Una estampa tan real como hermosa. Gracias
ResponderEliminarGracias a ti.
ResponderEliminarNo me esperaba ese bucle final. Muy bello.
ResponderEliminarLas espaldas de las madres que nos duran cierto tiempo más que otras,acaban siempre curvándose...
ResponderEliminarContundente!
Abrazo
Somos nosotras mismas, repitiendo el ciclo, siempre inconcluso y abierto, pero siempre presto a continuarlo, ella en ti, tu en ella y nos sucedemos, nos miramos, nos crecemos y perduramos en el tiempo, qué hermoso relato, qué hermoso reconocimiento...gracias por la invitación...
ResponderEliminarahh..y todo ello bajo la figura metafórica de los girasoles, adoradores de la vida y su centro, el sol...magnífico!
ResponderEliminarHermoso..aunque yo miro siempre esa espalda de la madre enderezada..llena de fuerzas..hacia su camino infinito..lleno de girasoles sembrados...solo hay que descansar un poco..y observar esos prados florecidos..incansables conteniendo inolvidables memorias.de cada paso de cada agujero cultivado. abrazos..siento nudo en la garganta.
ResponderEliminarGRACIAS POR LOS COMENTARIOS, ME ALEGRARON EL DOMINGO, UN ABRAZO AMIGAS... MONIK
ResponderEliminarQuerida Monica: Me haz emocionado mucho con ese cierre tan bello. Ere tú!! Me encantó, es un relato magnífico donde atrapas al lector.
EliminarAbrazos
Xenia
Las Matriarcas... Son así, como esta madre que se describe, y creo que casi todas se llaman Mónica...
ResponderEliminarYo también creo que los girasoles son perfecto, como flor, como ese adorno vital que nos aporta parte de la luz que recoge desde temprano del sol...
Haces unos días, miré la curvatura de mi madre, igual a la de tu relato, a ti, siempre está en su huerto, en sus gallinas y polluelos. Recogida de huevos, y al final siempre termina haciendo algo disponible en una gran bandeja para alimentar no solo al estómago... Las Matriarcas todas se llaman, Crescencia, su mismo nombre lo dice, ella es pequeña como el platero de Juan Ramón Jiménez, Plateada, como la luna, hermosa como la primavera, y llena de sol como el varano. Así sois las madres Matriarcas.
¡Una maravilla de relato! Me encantó. Felicidades amiga!!!
ResponderEliminarUn relato maravilloso!!! Me encantó
ResponderEliminar"Se sienta en su sillón y se pone a escribir: “Miro la espalda de la madre curvándose sobre la tierra…”" Me gusta mucho el cierre. Gracias
Gracias, me gusta q me hayas comentado
EliminarMe emocionó el día que lo leyó Puri en Segundo Jazz en Madrid hace unas semanas, hoy me vuelve a emocionar. Precioso ...
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