sábado, 12 de febrero de 2011

Mi alumno Manuel

Mónica Ivulich, 2008


Diciembre, Buenos Aires, sol sin brisa
El calor abochornaba ese verano…
Las maestras ya cansadas de la tiza
Y del director, rígido y veterano

Llegaban los últimos exámenes
Con promesas de esperadas vacaciones
Niños de blanco jugaban haraganes,
Nos traían regalos de todas variaciones

Mi salón de pocos alumnos, especiales
Todos de ojos negros y dulces sonrisas
Que no aprendían números ni vocales
Solo jugar a la pelota y dar caricias.

El último día, todos trajeron un presente
Unos, papel de color, otros, papel madera
Importante era la intención, no el paquete
Querían, así, dar las gracias a su manera

Manuel miro a todos trayendo las sorpresas
Que la gratitud delicadamente demuestra,
En su cara se pintó la mueca de la tristeza
Pues su madre no tenía para dar a la maestra

Manuel mira sus útiles y queda pensando
Me enternece, me refresca la mañana
Cuando sonríe, la hoja del libro arrancando
Y envuelve, glorioso, su única manzana

MUJER VERDAD

Siempre, hacia la media noche, aparecía aquella pareja en el bar, los dos recién bañados y bien vestidos, riendo a los cuatro vientos saludaban a todos.
-“Soy miope- decía ella- ¿te conozco?”- y reía más.
Parecía que, cada noche, la esperaban llegar, con sus ojos ‘color del tiempo’ que iluminaban caminos para todos, menos para ella. Y ella juraba no volver a esa: ‘élite tan deprimente’, según sus palabras. Pero, cada noche, se juntaban las olas divinas de la marquesa sin titulo y la de todos los diplomados sin marco.
La abrazaban, en cada mesa hasta que alguien le cedía una silla que le gustaba y, sin agradecer, se sentaba indiferente. Entonces, él buscaba algún asiento y lo ubicaba tan cerca como podía.
Él era débil, un moribundo por crecer, a los treinta se veía viejo, desdichado, sin futuro. Decía jugar al ‘menos’ como en el tute, su juego de barajas preferido.
Ella se crispaba, era vital y joven, con dinero y pasión por los dos. Le llevaba diez años pero decía que eran de experiencia no de vejez. Decía jugar a ‘mas’ en todo. Pero, cuando le pagaba el trago, se convertía en mendiga de afecto.
Me sobrecogía de horror cuando la escuchaba decir: -“Que me rasquen la espada a cambio de casa y comida…” Una frase repetida hasta lo nauseabundo.
Sobre todo, porque era una mujer de mente privilegiada y enunciados geniales, altisonantes y, momentos después, una gata de voz engolada, maullando sobre el tejado del bar.
Sin historia, solo ella y su soledad, a veces, acompañada.
Cuando hablaba, daba discurso y era una diva inédita de la Literatura Universal.
Se podía amarla y odiarla en un segundo porque era ‘LA VERDAD’, tan desnuda, que chocaba contra las vestiduras rasgadas de cualquier pordiosero disfrazado de caballero, en busca de su palabra.
-“Todo para nada -se iba diciendo a viva voz- pero lo que es eterno no cambia. ¡Aunque sufra!”
La sutil teatralidad de su voz sumía a todos los que la oían, en algo parecido a un éxtasis, unos odiándola por no soportar su luz, otros amándola y queriendo abrazarla, atraerla a sus jaulas nunca visitadas por esa musa inasible.
El débil por crecer se despertaba de su sopor y corría a buscarle un taxi. Le abría las puertas y desaparecían. Todos suspiraban por distintas razones, pero, lo cierto es que el lugar quedaba sin emoción, después de que ella partía. Su aparición era un antes y un después. Su partida era la inquietud por su regreso.

viernes, 4 de febrero de 2011

Cantante sudamericana

Frente a miles de cabezas que se balanceaban y estiraban sus cuellos para verla mejor, ella pensó en los años de exilio forzado, en los que su nombre, ahora aclamado por sus seguidores, era uno de los tantos en la lista negra, gracias a sus perseguidores.
Y, como un recuerdo doloroso trae otro, fue más atrás, para sentir el olor de su tierra natal.
Allí, donde el alcoholismo y la pobreza se casaron para hacerla nacer indigente. Y crecer, en medio de la negligencia, a merced de su madre, desamparada también, en aquella casucha que mal las protegía de vientos nocturnos, soles arrasadores, lluvias inoportunas.
Fue llegando, casi chiquilla, a un destino desatinado. Rodando por rutas inciertas, buscando horizontes.
Empezó a cantar para sentirse menos sola, para sentir que podía hablar con y por otros.
Buscando un padre, besó la botella, la encontró fría y pensó que, con el tiempo, la calentaría. Y le cantó a su vidrio y a su vino, le cantó hasta encontrar que en la canción había mas amor que en todo lo otro y se enamoró. Primero de las canciones después de la gente que la escuchaba.
De día hacía trabajos duros para seguir atada a la pobreza que lió su vida. De noche bebía para sentirse segura, abrazando al padre desconocido y al padre Baco, ignorado.
Pero, en los fines de semana, era cuando se sentía realmente ella. En el momento en que alguien pulsaba una guitarra, la música le abría la garganta y cantaba. Entonces podía transformarse en otras jóvenes como ella, podía ser un hombre de una ciudad que no conocía, podía ser una madre con trajines diarios, podía ser mil personajes y todos le pertenecían desde sus cuerdas vocales…
Y aprendió a amar. Aprendió que la suya era una historia más y ella debía escribirla.
Y se amó, más allá de la pobreza, del alcohol, del olor a tierra en su piel. Las crenchas negras fueron su bandera y la gente que la escuchaba, su familia de cada semana.
Le llamaban Negra por su tinte oscuro, nativo.
Le llamaron “la voz” por su tono indiscutiblemente sutil y potente a la vez.
Fue la Señora de la Canción para los que respetaron su trayectoria, llegada desde las peñas folklóricas, pasando por escuelas de baile hasta llegar a los grandes teatros del mundo.
Le abrazaron como amiga todos los colegas con quien compartió o a los que ayudó dándoles un empujoncito hacia la fama.
Le insultaron, cuando fue nombrada subversiva, a mucha honra.
Ahora volvía, para cantar a su pueblo y su emoción no la dejaba comenzar. Entonces decidió que explicaría, con su acostumbrada honestidad: “cantar para ustedes es abrazarlos después de haberlos extrañado tanto, cantar para mi gente es mi orgullo… y antes que se me vuelva a cerrar la garganta… ¡vamos maestro!”
Por Monica Ivulich

HOY - AMOR

Inhalo… Exhalo…
Por lo tanto declaro
Que gozo del amor que doy
Que gozo de tu amor
Y en esta declaración
No entra el juicio, la duda,
ni el arrepentimiento,
ni celos, ni desconfianza.
Solo absoluto goce
de amor universal
de indudable paz
de saberme a salvo
y feliz de inagotable amor.
Sólo por hoy, este eterno hoy.
Monica Ivulich
derechos reservados

Agazapada

La muerte, agazapada en un callejón
Sin salida.
Negras piedras alfombran sus calles
Húmedas, malolientes.
A veces alguien se atreve a caminarlas
Hacia el fondo
Y, a poco, se vuelve, inquieto sin encontrar
Ratones, gatos, ni basura,
Sólo restos antiguos de algo indefinible
Escalofriante, y soledad.
Únicamente si tienen el calendario marcado
Llegan al final.
Aquellos que no volverán, caminan resueltos,
Sin mirar atrás.
La muerte los recibe sin comentarios, amable,
Suspira y los abraza.
Sin salida está
La muerte, agazapada en aquel callejón.