viernes, 4 de febrero de 2011

Cantante sudamericana

Frente a miles de cabezas que se balanceaban y estiraban sus cuellos para verla mejor, ella pensó en los años de exilio forzado, en los que su nombre, ahora aclamado por sus seguidores, era uno de los tantos en la lista negra, gracias a sus perseguidores.
Y, como un recuerdo doloroso trae otro, fue más atrás, para sentir el olor de su tierra natal.
Allí, donde el alcoholismo y la pobreza se casaron para hacerla nacer indigente. Y crecer, en medio de la negligencia, a merced de su madre, desamparada también, en aquella casucha que mal las protegía de vientos nocturnos, soles arrasadores, lluvias inoportunas.
Fue llegando, casi chiquilla, a un destino desatinado. Rodando por rutas inciertas, buscando horizontes.
Empezó a cantar para sentirse menos sola, para sentir que podía hablar con y por otros.
Buscando un padre, besó la botella, la encontró fría y pensó que, con el tiempo, la calentaría. Y le cantó a su vidrio y a su vino, le cantó hasta encontrar que en la canción había mas amor que en todo lo otro y se enamoró. Primero de las canciones después de la gente que la escuchaba.
De día hacía trabajos duros para seguir atada a la pobreza que lió su vida. De noche bebía para sentirse segura, abrazando al padre desconocido y al padre Baco, ignorado.
Pero, en los fines de semana, era cuando se sentía realmente ella. En el momento en que alguien pulsaba una guitarra, la música le abría la garganta y cantaba. Entonces podía transformarse en otras jóvenes como ella, podía ser un hombre de una ciudad que no conocía, podía ser una madre con trajines diarios, podía ser mil personajes y todos le pertenecían desde sus cuerdas vocales…
Y aprendió a amar. Aprendió que la suya era una historia más y ella debía escribirla.
Y se amó, más allá de la pobreza, del alcohol, del olor a tierra en su piel. Las crenchas negras fueron su bandera y la gente que la escuchaba, su familia de cada semana.
Le llamaban Negra por su tinte oscuro, nativo.
Le llamaron “la voz” por su tono indiscutiblemente sutil y potente a la vez.
Fue la Señora de la Canción para los que respetaron su trayectoria, llegada desde las peñas folklóricas, pasando por escuelas de baile hasta llegar a los grandes teatros del mundo.
Le abrazaron como amiga todos los colegas con quien compartió o a los que ayudó dándoles un empujoncito hacia la fama.
Le insultaron, cuando fue nombrada subversiva, a mucha honra.
Ahora volvía, para cantar a su pueblo y su emoción no la dejaba comenzar. Entonces decidió que explicaría, con su acostumbrada honestidad: “cantar para ustedes es abrazarlos después de haberlos extrañado tanto, cantar para mi gente es mi orgullo… y antes que se me vuelva a cerrar la garganta… ¡vamos maestro!”
Por Monica Ivulich

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