IMAGEN DE LA RED |
Dicen que
después de los sesenta y cinco
se olvida
uno de nombres, fechas y gente
se le
confunden los hechos y lugares
todo esto
de forma indeterminada, arbitraria…
Ay!
Señor… me opongo a que se destierren de la mente
las
caricias inocentes de los niños, tantos en mi vida,
ni la
ardilla que cortó un girasol frente a mi ventana
ni el
beso que me robaste ni la noche aquella…
Creo que
se deben eliminar los recuerdos amargos,
las
miradas con malicia, las despedidas a destiempo,
el llanto
sin respuesta, la palabra injusta, ingrata
como si
fueran antiguas cartas del amor infiel.
Si,
limpiaré de mi memoria todo lo desechable
de forma
urgente quemaré recuerdos mustios
para
dejar espacio solamente a lo luminoso
a mi risa
loca que se une a otra y a otras más locas.
Desandaré
pasos del ayer hacia ningún lado
silbaré
melodías vetustas aún no inventadas
comeré lo
que me han prohibido sin mi permiso
uniré mi
mano a otras manos con o sin motivo
separaré
aguas, abriendo fatuos caminos mágicos
me reiré
de mis imperfecciones y mis miedos
acunaré
mis dolores cada noche bajo luna llena
y, en una
piel nueva, enterraré las injusticias viejas…
Plantaré
albahaca y menta, jazmines y limones
para
emborracharme de olores cada mañana
y
sembraré versos en tu boca quitando sinsabores
borrando
reproches, olvidando soledades seguras
Pintaré
mi alcoba con reflejos de mar y vida fresca
tenderé
banderines evocando victorias sobre mí misma
pondré
música sin sentido, la locura será mi huésped
y, un día
cualquiera, moriré en una explosión de vida.
Mónica
Ivulich.
D.R.2016Fr.
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