De: RELATOS de COLORES
Esperaré…
-“¡Ascensor! ¡Ascensor!”
Todo previsto y calculado, excepto que las flores se siguen desmenuzando como si mi desilusión, mi desencanto, las ahogara… ya nada las revivirá, todo es inútil… claro esta que todo es inútil entre mis manos.
Un automóvil se acerca, los faros rompen la oscuridad de la noche húmeda y fría, ilumina el viento con hollines nocturnos. El coche se detiene, es el que esperaba… sé quién bajará… sé que desea ascender por esa trepadora caja casi mortuoria y debo evitarlo… ¡debo!
Mónica Ivulich, d.r.
1969
2 -
Pálido casi marchito
Pasan
los minutos, espero el ascensor, demora, el ascensor me elevará por un negro
túnel vertical… llevo flores al departamento que acabo de decorar, quizás para
este día. Quiero llegar ya al sexto piso y mi ansiedad hace que cada minuto se
prolongue más y más.
Aun
nada vive en ese recinto, está casi
vacío, vacío de ilusión, de color…
Introduciré la llave y recorreré el living con un único sillón y
penumbras, sombras desconocidas, frías y densas.
Si,
abriré las ventanas porque aunque entre viento frio, al departamento sin
estrenar, no me molesta, será como un soplo diferente, si no es vital al menos
será fresco. En realidad ya nada me interesa demasiado. En todo caso podré
encender el televisor, con sus programas tontos con su música rústica y
primitivamente evolucionada, paralíticamente agitada…
Esperaré…
El
ascensor está, por fin frente a mí, me aguarda, su luz tísica llega débil a mi
rostro. Antes, hace mucho, me sentaba en los escalones de mi piso, solo para
verlo subir y descender vacío o con mujeres cotorreando o con parejas, como si
fuera un escaparate móvil, o una gran caja de sorpresas.
Ahora
está frente a mí y me introduzco en él, con temor o aprensión, si, es mi caja…
ya las sorpresas se me han desvanecido con la adolescencia… o ¿no?
El
espejo se burla de las manchas que suben a mis ojos, de mi pálida expresión, se
ríe de mis cabellos, casi desordenados por el viento irónico, de mis flores que
ya no lucen frescas…
-“¡Ascensor! ¡Ascensor!”
La voz
llega lejana y aguda desde un piso superior, me he detenido con la puerta
abierta, debo cerrarla finalmente y dejarme llevar como si fuera una masa
inerte… arriba, flotar sobre el suelo que se mueve vibra, asciende.
Mis
cabellos empiezan a ordenarse, me recuesto de espaldas a la imagen de mi
espalda y arreglo el celofán que envuelve las flores, unas flores súbitamente
marchitas casi, sin explicación, y comienzan a desvanecerse en mis manos, sus
pétalos caen como lágrimas imposibles de detener antes de llegar al suelo. No
entiendo lo que está pasando, ¿es que transcurrió más tiempo del que creo bajo
mis párpados? ¿Cuánto dura un pensamiento: una ráfaga de tiempo o un siglo?
La
angustia anida en mi pecho, me constriñe, me penetra escalando por mi garganta
y cayendo desde mis ojos, como los pétalos… esos pétalos que nacieron rojos y
han empalidecido, los he apresado contra mí y ahora yacen en el suelo, mis
pupilas inundadas me dejan entrever otros ojos que miran con asombro. No me
había percatado de su presencia, el ascensor detenido permitió que entrara y
puedo ver su estupor detrás de las gafas, las líneas de su frente bajo las
canas y el pañuelo que intenta cubrirlas.
Yo no
puedo cubrir mis lágrimas a tiempo, solo aprieto el botón para llegar a mi piso
y saltar, liberarme de esa caja que me esclaviza y de la mirada absorta de la
mujer entrometida, y su curiosidad, cuyos pensamientos presiento.
Llego,
por fin a mi puerta. El maquillaje se ha corrido y largas manchas rasgan mis
mejillas sin motivo ni razón, debo apresurarme pues escucho que el envase de
humanos vuelve a funcionar y está llegando a mi piso, tal vez con otra vieja
indiscreta.
Busco
mis llaves entre papeles, cosméticos y mil tonteras acumuladas con
incoherencia que se amontonan cubriendo el maldito llavero, aunque todo es
maldito bajo mi mirada… ¡las llaves!!! ¡Las llaves!!! Transpiro y las llaves se
niegan a encontrar mis dedos…. Hasta que suenan y las atrapo. Las sujeto con
fuerza y tiemblan en mis manos, busco la indicada y tardo en introducirla en la
cerradura, estoy nerviosa, trato de ser suave pero la aprieto con saña, con
asco en los dientes… escucho crujir las vísceras metálicas del cerrojo, molesto
por la presión, ya liberé la madera de su estática posición, donde la encuadra
el tirano marco enhiesto.
Todo previsto y calculado, excepto que las flores se siguen desmenuzando como si mi desilusión, mi desencanto, las ahogara… ya nada las revivirá, todo es inútil… claro esta que todo es inútil entre mis manos.
Enciendo
el televisor, abro la ventana: el aire helado me arroja con furia las cortinas
suaves, las cortinas como blancas manos que me acarician y envuelven, me asomo…
solo debo esperar. El aire enrarecido de la ciudad en un viento desesperado no
me deja respirar.
Un automóvil se acerca, los faros rompen la oscuridad de la noche húmeda y fría, ilumina el viento con hollines nocturnos. El coche se detiene, es el que esperaba… sé quién bajará… sé que desea ascender por esa trepadora caja casi mortuoria y debo evitarlo… ¡debo!
Él es
mi solución económica de vida, él es quien me quiere proteger… él es el
remplazo de quien me abandonara sin piedad. También es quien me condena y me
marca el fracaso, quien me convierte –sin querer- en un ser marchito y sin
ilusión.
Algo ha
caído al suelo sobresaltándome con su estrépito, es el jarrón con las flores
que, casi por completo, se han desintegrado en mil pétalos y el agua límpida se
mezcla con la porcelana, con el suelo de madera negra, con la alfombra, con las
lágrimas de pétalos casi parduzcos, casi muertos, tan pálidos…
Vuelvo
a mirar el automóvil y las luces intermitentes que no paran de llamar,
exasperante, mi mirada se detiene en los faros y sus interrumpidas señales de
luces.
El
cortinado se agita, él aguarda, aparto las macetas que adornan la ventana y me
encaramo sobre ella, tomo el extremo de la cortina, la señal es hacerla flamear
fuera del marco para indicarle que suba…
Sujeto
fuertemente el cortinaje que me va a envolver empujado por el viento
empecinado, la dócil cortina que rasgando el aire, revelándose al viento,
huyendo de todo me seguirá en el vértigo de la caída, como una estela en el
último intento por llegar a las estrellas.
…
Las
flores recobran su color… pero el suelo y la alfombra han quedado manchados,
casi sucios, tristes, casi redimidos.
Mónica Ivulich, d.r.
1969
Estela Irusta ·cuando publicas algo me alegras el alma. besos.
ResponderEliminarJosé Ignacio Restrepo Una caligrafía vuelta sed, cada narrada prisa de tu pluma....Bella pieza, una prima, de tu sedosa esgrima que no hiere...Gracias Monica Ivulich...
Gladys Cruz Mil gracias Monik
Beatriz Sole Comparto,con José Ignacio Restrepo,gracias Monica Ivulich
Norayma Gonzalez el vacío inunda la conciencia de color, es vital ese viaje vertical que nos mantiene Vibrando!!!