Las
llamas se elevan, crepita el aire transformado en olores ácidos. Las voces
ululan y gorgojan. Los cuerpos se estremecen al son de las llamas, se juntan y
se mecen en un círculo compacto alrededor del fuego donde arrojan hierbas y
papeles con símbolos poderosos.
En el pueblo hay inquietud, se
esparce la sospecha y los ojos miran el suelo, les da miedo el cielo… se
recluyen en sus casas.
Detrás
del círculo compacto de jóvenes agoreras, las viejas repiten viejos
invocaciones e imploran a su señora Aradia, diosa de las brujas hija de Lucifer
y su hermana Diana que les entregara el Evangelio de invocaciones. Los ruegos
se alzan ininteligibles, arcaicos, desde los cuatro puntos cardinales… hay
quienes ven a la diosa Aradia surgir del fuego, desnuda y hermosa entre las
llamas. Su cuerpo voluptuoso irradia placer danzando con la sensualidad de las
llamas pegadas a su piel. Y ahora es el fuego que danza a su compás.
En el cielo se dibujan signos
con luces encantadas y hay amenazas de relámpagos frustrados.
Mi cuerpo se tensa, estira y
retuerce. Mi cama parece cabalgar y agitarse sin medida. Me sujeto sin ningún
resultado. Los espasmos siguen y se agudizan cuanto más me resisto y grito que
NO, que no me molesten, que no me rendiré…
Las paredes parecen relinchar y
nadie viene en mi ayuda, pero no he de sucumbir.
De la
noche oscura surge Ignatia, adalid del grupo, lanzando polvos y ofrendas al
fuego y entonando cánticos que solo ella conoce. Se despoja de sus atavíos y
avanza decidida hacia las llamas, abrazándolas primero, meciéndose luego
-mientras reza en silencio- al compás de las lenguas de fuego que lamen su
cuerpo. Saltando al centro de la hoguera
se abrazara a Aradia quien la ilumina con su piel y la envuelve en sus brazos,
unidas como un solo cuerpo, en orgasmos desquiciados…
La casa entera gira y el cielo
se vuelve gris plomizo, sus estrellas enrojecen y
brincan… comienza una lluvia
de grillos y ranas que inundan la aldea. El mareo se convierte en náusea.
Calambres atenazan mi cuerpo. Aradia
brota de entre las sabanas sudadas. Su mirada es penetrante. Mi temblor
afiebrado es ahora espasmo de miedo, terror... amor… si… recuerdo cuanto la amo
y que le pertenezco. Debo volver a mi familia. Las hechiceras me aguardan. Es
el momento de mi coronación.
(FOTOS: 1era, de Google, 2da. de Paula D. Herrera)
Texto Mónica Ivulich, Derechos Reservados 2014. Premiada y publicada por Revista GUKA, auspiciada por Biblioteca Nacional, Argentina.
Felicitaciones, querida Mónica Ivulich. Un relato como este merecía ser distinguido. Te abrazo con el alma.
ResponderEliminarNorma tu comentario es suficiente distinción. GRACIAS!!
EliminarLesbia Mercedes Gómez Estremecedor relato bordeando las fantasias, que elucubra el ser en su deririo tremens. Narras en exitante relato las batallas interiores. Una sabiduria que se desencadena. Gracias. !!Soberano!. Un beso
ResponderEliminarAntonio Perez Asombroso, mágico. Una bella forma de plasmar experiencias. Un placer viajar contigo por los páramos misteriosos de la vida. Un saludo Mónica.
ResponderEliminarMagnífico,Mónica que sencillez y profundidad....que firmeza
ResponderEliminar