Después
de aquellos años de tormenta política, la vida empezaba a tomar cursos
diferentes. La dictadura nos había cambiado a muchos. A otros los habían
borrado del mapa en situaciones dolorosas para las familias, el país y,
especialmente, para los que creímos en la democracia y la libertad de
expresión.
Un
día de verano, me encontré frente a la casa de Nohemí. Amiga del secundario,
desaparecida…
Allí,
muy oronda sobre el timbre, me observaba la Duda. De este lado me empujaban esas
redes inexplicables del pasado. Del otro, me miraba mi propio Desafío…
Se
abrió la puerta sin que yo tuviera mucha conciencia de haber superado la irresolución
de tocar o no el timbre. No había más remedio que resbalar por un túnel de diez
años y saludar a la madre de Nohemí con su cara de sorpresa y dolor
consuetudinario, heroína de una novela escrita y reescrita a diario.
Ya no tenía tiempo de preguntarme qué clase de masoquismo me llevó
a sentarme frente a un mate y dos caras
de víctimas que no dejaban de hablar ni permitían una mínima interrupción,
pregunta o comentario. Desde el saludo tomaron el uso de la palabra e hicieron
abuso de ella hasta que me fui, supongo –sin maldad- que: aun después de que
partiera….
Por cierto, pienso que ya se estaba diciendo todo aquello antes de que
yo entrara y que mi irrupción fue un evento sin importancia incluido en el
eterno monologar de aquellas mujeres que parecían cargar con la sagrada misión
de repetir una historia hasta que todos se convencieran de su realidad.
Aquel rollo itinerante del discurso, plagado de ‘diosmios’ y
autocompasión, se detuvo un momento, para entregarme, en forma de estocada, el
diario de Nohemí. Fue entonces cuando, el vértigo se me anudó en el estómago.
Apareció, triunfante, mi figura de quince años junto a cientos de delantales
blancos, de aquellos que usábamos y siguen usando los estudiantes de magisterio
en Argentina.
Con su estilo pueril, Nohemí me devolvía parte de aquella muchachita que
enfrentaba los días deshojando encuentros y soledades de adolescente. Es más,
había logrado retratar a grandes trazos aquella década de los 60 con sus
hippies, las rupturas de moldes y esquemas de padres y profesores, el poder de
lo creativo y nuestra osadía de querernos nosotros mismos sin sentir culpa por
ser como éramos o sentir como lo hacíamos.
Allí,
en esa foto amarillenta, estaba Nohemí, cantando en el coro, su sonrisa y su
voz tan característica sonaron en mi memoria. Luego otra foto, idéntica a la
que guardo en mi álbum, mostrando el conjunto folklórico donde nos hicimos
amigas, donde ella se enamoró de Javier y yo me frustré con Andrés.
En el último año del Secundario, yo dirigía un periódico donde ella publicó
solo un poema, la escritura no era su fuerte, pero nos impresionó la cuota de
borrasca que había en ese pequeño escrito poético. Puesta a pensar en la muerte
se le borraba la sonrisa que parecía eterna en sus rasgos. También aportó
dibujos, esquemas, caricaturas. Esto era su vocación. Cada amiga de Nohemí, tenía
las libretas de apuntes ilustradas por ella, con o sin permiso.
Recuerdo que en Nohemí había una sorprendente mezcla de timidez y
audacia, eran clásicas sus pequeñas intervenciones cuando una discusión se
ponía caótica, ella asomaba sus pecas por debajo del ala de Javier o por encima
de su carpeta de dibujos y serenamente comenzaba con “esperen un poquito…” los contrincantes
de turno se tomaban un minuto de tregua y tras escuchar un razonamiento tan
sencillo como lógico, se les congelaban los argumentos y llegaban a un acuerdo.
Mirta era su hermana mayor, tan opuesta a Nohemí, que siendo rubia
parecía opaca, cuando Nohemí irradiaba luz desde sus negros cabellos. En Mirta
era clásico que siempre recibía a una yéndose. Si estaba la madre presente
ambas parecían muñecas mecánicas reaccionando, con el mismo gesto o palabra, al
unísono.
En su diario, Nohemí explica su alejamiento de ambas: la madre destilaba
su odio
siempre, pero, en especial con su yerno, bastante remiso para trabajar
y darle nietos, “ese zángano” lo llamaba. Nohemí tampoco amaba a su cuñado, sin
embargo no soportaba los insultos de la madre ni el silencio de la hermana. Por
eso enfrentaba a las dos. -‘Ocúpate de tu marido’ le decía a la matrona, -“no
compares a tu padre con ese zángano” contestaba ella.
A
veces, mi amiga contraatacaba: -“en algo se parecen: ambos soportan a una
cotorra propia y a una pariente cotorra…” antes de terminar se atajaba un
bofetón y se marchaba con sus dibujos a otra parte.
Flashes de esa época me recuerdan a una Nohemí preocupada por su futuro;
con un atuendo deportivo, que no dejaba de lado detalles femeninos, la encontré
dibujando sentada bajo los naranjos del jardín, sus dos gatitos le desataban
los cordones de los zapatos estilo sport. A un costado de su sonrisa ausente,
los dibujos esbozados a lápiz o carbón, la radio le fabricaba un campo
aislante, si fuera al atardecer se completaría el cuadro bucólico, pero era la
hora de la siesta y hacía mucho calor. Me acerqué en silencio, abandonando un
‘que tal’ vacío frente a su mirada introspectiva.
Pasó
un lapso como suspendido entre su contemplación y la mía, hasta que hiciera una
mueca y le hablara a su propio fantasma de pajarito sin plumas: -“no iré a
estudiar a Bellas Artes, ahí solo van ‘los drogadictos, los maricas y las putas’,
lo dijo Ella, palabra santa.” Como quien cierra una lápida depreciada, cerró su
carpeta.
Después del verano nos vimos muy poco, en marzo yo comencé en la
Facultad y ella a trabajar de maestra, gracias a las gestiones de su señora
mama, la de ‘la palabra santa’.
Por aquellos días nos escribíamos largas cartas, es decir: yo las escribía
y ella las dibujaba, Además, amigas mutuas e interpósitas vecinas, las noticias
iban y venían: Nohemí rompió con Javier, Nohemí estudia para maestra de Jardín
Infantes… etc. etc… Pero, año a año las voces se fueron perdiendo en la máquina
del trague-escupa-aísle consumiblemente y, paulatinamente, las ausencias, los
distanciamientos, empezaron a matizarse con marchas que ensordecían antiguas
sensibilidades. El terror nos dolió y nos fue desconectando en este país al sur
de la vida.
Gracias
a las ‘Juntas militares’ todopoderosas, nadie podía más que vivir en sombras y
asustándose de las sombras, los que teníamos suerte, los otros eran ‘chupados’.
A
pesar de todo, Nohemí vivió un romance con Roberto, a quien pude conocer
gracias a este diario que leía entre mates que Mirta me alargaba después de
limpiar la bombilla y con un murmullo de –“no ves, no ves, siempre cabecita
fresca y ese ‘novio’ tan… ‘dios mío’, ‘dios mío’…”
Roberto y Nohemí se conocieron en una de esas fiestas aburridas donde no
se espera mucho de los demás ni se da nada de sí mismo. Fueron sus miradas,
errantes por las molduras del techo, las que se entendieron desde el primer
momento, luego los gestos impensados coincidieron y, paulatinamente, la
comunicación fue total.
Él
llegó acompañándola, hasta la puerta de la casa y se despidieron mil veces
antes de que la madre de Nohemí, cansada de su vigilancia a través del
mosquitero, anunciara que estaba amaneciendo.
Desde entonces, todos los momentos libres fueron llenados de Beto para
Nohemí y de Mimí para Roberto.
Habían pasado seis meses de aquel amanecer frente a la casa de ella,
cuando Roberto fue a buscarla más temprano a la escuela donde trabajaba Nohemí.
Se le notaba la impaciencia. Ella no tuvo tiempo ni de cambiar su vestimenta,
con el guardapolvo de maestra jardinera, salió de la mano de un Roberto
excitado y feliz. Caminaban sin hablar.
Ella
le giraba saltando alrededor, hacía morisquetas y preguntaba inútilmente, se
frenaba caprichosa, él sonreía y la empujaba en un ‘ya verás’ inapelable,
seguía caminando erguido como siguiendo un punto fijo que solo él veía y
enarbolaba su sonrisa de placidez feroz.
Subieron por una escalera que mi amiga desconocía, él no quiso esperar
el ascensor y al llegar al tercer piso empuñó, triunfal, una llave reluciente.
Abriendo la puerta se veía un gran moño de regalo con un cartelito que decía
“Sorpresa”.
Nohemí
abría los ojos desmedidamente, las preguntas se le coagularon, quiso
retroceder, él beso sus cabellos, sus manos y le señaló las flores sobre una
pequeña mesa, único mueble en toda la vivienda, tenía una tarjeta rezaba: “A
seis meses de armonía en común.”
-“Ayer lo alquilé, así es que aún no pude
hacer nada más que limpiar todo y enchufar la heladera, pero…”- y sacó en un
abracadabra comida china del horno y cerveza de la heladera- “tendremos que
sentarnos en el suelo por ahora, ya compraremos lo demás, ¿no? Ya sé, no me
mires así, te mueres de miedo… de tus viejos, de que te baje la braguita, de
independizarte, afrontar al mundo… pero ya vas a ver como desaparece ese miedo
a medida que se llene el departamento. Es más no quiero que digas nada hasta
que esté todo listo, empapelado, amueblado, ah! y no quiero un solo cuadro que no
sea tuyo quiero que llenes las paredes, hasta de la cocina y del baño, no, ¡no
te rías…! va en serio.”
No pudieron evitarlo, las risas los sacudieron a los dos y se atoraron y
se quemaron los dedos con los fideos chinos y explotaron de felicidad al
descubrirse dos nuevos seres, Adán y Eva frente a la manzana de la
emancipación.
Entonces sus horas libres fueron dedicadas al departamento que se iba
transformando en hogar, gracias a las bibliotecas, plantas, cortinas… Nohemí
rezongaba: -“lindo regalo me hiciste, ya no tomo sol, ni voy al cine, ni…”
Ella
conocía la respuesta: -“ya tendrás sol y vivirás tu propia película.” Por eso,
cuando él se asomaba con la brocha o el martillo en la mano y le guiñaba un ojo
ella sonreía y decía bajito: “hombres…”
Lo
último en llegar al departamento fue el dormitorio, Nohemí comenta en su
diario, que le pareció diferente del que había elegido en la mueblería: -“Es
que… -dijo ella- esa cama es más… más…”
-“Más ¿qué?” preguntó él con ternura y
paciencia. Ella rió, se dio cuenta que él se dio cuenta y, dándole la espalda,
concluyó: -“Más cama!” y un escalofrío se le instaló en la columna. Roberto le acarició
los omoplatos riendo y, poniendo voz grave, dijo: -“Para comerte mejor…” Ella
le pegó con el rollo de papel que tenía en la mano, estuvieron persiguiéndose
infantilmente por las habitaciones, voltearon sillas, rieron, se arrojaron
almohadones, se pellizcaron… el gruñó como un lobo, ella chilló mitad sirena,
mitad caperucita. Los vecinos golpearon la pared y eso les provocó tanta risa
agitada que se ahogaron en carcajadas. Salieron abrazados a comer el cucurucho más
grande de alguna heladería perdida en la ciudad.
Aquel fin de semana, Nohemí anuncio que lo pasaría en casa de una amiga,
desde entonces, los fines de semana se extendían cada vez más en casa de
aquella ‘amiga anónima’.
El
aire empezó a cortarse con navaja cuando se entraba en casa de la familia de
Nohemí, y esto la decidía a irse más tiempo con Roberto.
Mientras,
las respectivas madres se ‘comunicaron’ entre sí, se sacaron chispas y
establecieron un odio recíproco como, desde hace siglos, lo vienen haciendo
tantos ‘capuletos y montescos’.
Cuando
la mamá de mi amiga verificó que en el closet de ésta ya casi no había ropa,
tuvo la prueba de aquella deshonra familiar. Su furia se agigantaba momento a
momento y la desparramaba en un parloteo infernal que el marido no entendía ni
escuchaba, pero asentía rítmicamente con la cabeza mientras leía el diario.
Mirta aparecía de vez en cuando para decir un “pero mamá” súper inútil y volvía
a su continuo fregar lo fregado. El yerno suspiraba y hasta se sentía aliviado,
por un tiempo dejaría de ser el blanco de aquel pajarraco desesperado, que
ahora tenía otro objetivo en su mira.
Un día después llegó Nohemí
cargando carpetas y libros; la casa le pareció extrañamente vacía y silenciosa,
todos habían encontrado que hacer un segundo antes que ella pasara la puerta.
De la nada, apareció entonces la madre
que pudo verle los ojos y allí estaba claramente pintado el ‘pecado’. Nohemí la vio avanzar en medio
de contorsiones, casi desmayándose, irguiéndose entre llamas, insultándola…
pensó que, a veces, la felicidad ajena es agraviante. En medio de este
pensamiento recibió una bofetada tan sonora que, Mirta, al entrar por la puerta
trasera, pensó que algo se había roto y fue a verificarlo.
Y
si, desde atrás de la cortina que la ocultaba, vio la sonrisa de su hermana
hecha trizas y en su frente una grieta de humo.
La
madre giró sobre sus talones y, no pudiendo soportar la mirada desoladora de Nohemí, se acuarteló en su dormitorio, no sin
gemir el infortunio de ser madre de una desagradecida e indecente mujer… Esta
última palabra despertó a Nohemí de su
abstracción momentánea…” mujer”…
Mirta salió desde su parapeto y vio a su frágil hermanita agigantada en
la impotencia. La sentó y la acarició como no lo había hecho jamás, le acomodó
los mechones desarreglados y le apretó las manos: -“¿Eres feliz con él?” Nohemí
sonrió y dejó escapar lágrimas sin saber si estaban dedicadas al rencor por su
madre, a la pérdida de su posición de
hija sobreprotegida, a la compasión que sentía por todos y por ella misma….
Apenas dijo:-“por supuesto que soy
feliz.” y algo se le enroscó por dentro en la garganta, pero volvió a sonreír.
Mirta se había agachado a su lado, le palmeó la rodilla y corrió a calmar a su
madre, próxima al soponcio.
Nohemí abrió un bolso que tenía a mano, metió libros, ropas, discos,
muñecos y se fue, dejando una esquela con su nuevo domicilio y una invitación
en tono formal para que los visitaran, a ella y a Roberto.
Mi amiga no volvió a la casa de sus familiares hasta meses después, en
las vísperas de Navidad. Fue bien recibida ya que todos, excepto la madre,
habían visitado a la pareja, claro que cada uno había ido a escondidas y
pensando que era el único. La visita no duró mucho, lo suficiente para que se
los invitara a ella y Roberto para comer en Año Nuevo, como si se tratara de parientes
lejanos.
Los problemas empezaron tiempo después, porque hablando la gente
comprende que las fisuras que los separan son abismos: La madre pensaba que la
mancha que habían esparcido sobre la reputación familiar podría ser ‘lavada’
con un ‘casamiento serio y una vida juiciosa’, a lo cual la pareja contestó un
solemne, tajante y definitivo NO.
“Insoportable” gritaba la madre de Nohemí, “insoportable que uno quiera
darles todo y ellos hagan tantas idioteces, pervertidos, los jóvenes los padres
de él, todos y claro: peronistas… ah! pero no cualquiera, no, si cuando a una
le caen las desgracias le caen todas juntas… ¡tenía que ser zurdo, zurdo!!!
¡diosmio diosmio!! ¿a dónde vamos a llegar? Un día de estos nos pone una
bomba…”
-“No señora, soy amante de la paz, ¿Ve? Ud. me ataca y yo no digo nada…”
De
resultas de esto, Nohemí y Roberto solo los visitaban para fechas importantes
y, cada vez, la visita era más corta. Los lapsos entre una visita y otra daban
tiempo para que una madre Penélope teja y desteja historias basadas en una doncella
arrancada de los brazos paternos por un terrorista o bien una mosquita muerta
que engañó a todos con sus moditos infantiles, pero que mostró las uñas ni bien
pudo.
Mi amiga describe todo esto en historietas graficadas con cierto humor,
extrañando por momentos a su familia, pero feliz de haber encontrado a Roberto
con quien todos sus quehaceres habían cobrado una intensidad y sentido
renovados. Trabajaban y estudiaban, entre horas daban clases en el departamento,
él de historia y ella de dibujo. Por la noche él en la facultad ella en clase
de dibujo, a veces el cine o los amigos o el partido.
Nohemí siente que, por primera vez, puede pensar, decidir, equivocarse,
y todo le es respetado, incluso sus errores e ignorancias.
En las últimas hojas ha dibujado tantas flores, muñequitos y guardas que
casi no se puede leer, pero dos renglones están escritos con marcador rojo y es
imposible que no salten a la vista: “Este mes tuve una falta, ya van veinte días.
En la próxima semana me haré el examen. Somos muy felices, muy muy felices.”
Dos
o tres párrafos más abajo, con marcador verde: “Pronto lo sabremos, si mi hijito
está allí, ya debe saber cómo lo amamos.”
Esto es lo último que está escrito por Nohemí.
En
la página siguiente pegaron una hoja de diario con un título policial: “Fue
abatida una célula terrorista que operaba en San Isidro. Se encontraron armas
en poder de los cadáveres…” etc… concluye el artículo con la lista de los
‘terroristas’ muertos y sus fotografías. Entre ellos se encuentran Nohemí y
Roberto.
La madre de mi amiga, que ha estado tomando mate y lloriqueando, sube el
volumen del llanto quejumbroso al ver que cierro el diario de su hija y moquea
su veneno:- “¿Qué podíamos hacer? ¿Quién sabe dónde la arrastró? Si la apartó
de su hogar, de su familia… qué no habrá hecho de ella, dios-santo,
todavía era ingenua y seguramente no le bastó convertirla en mujerzuela,
también querría hacerla terrorista, ¡qué castigo!!! ¡Qué horror! ¡Qué
vergüenza!
Dejé la casa sin decir nada y cerré despacito
la puerta, como para no volver. La madre de Nohemí seguía con la misma retahíla
mientras Mirta calentaba el agua para otro mate. Ya en la calle me di cuenta
que llevaba el osito de Nohemí, no había reparado en qué
momento me lo pusieron
en la falda y yo lo tomé instintivamente. Estaba gastado, sería uno de sus
primeros juguetes, creí recordarla con él en brazos alguna tarde en que la
visitara en su jardín.
Juntos,
el osito y yo llegamos al lugar donde ocurrió todo. Me fue difícil encontrar un
testigo y para que hablara le juré que no tenía grabadores ni cámaras, ni nada
que ver con investigaciones o con periodistas. Creo que el osito lo convenció más
que mis argumentos, aun así no me miraba al hablar, pues si, recordaba con
horror, todo aquello, por un momento pensó que lo matarían a él también:
-“Es
que los chicos no hacían nada, cargaban nafta solamente. De pronto, pasó un
Peugeot gris, él vio las armas y abrazó a su pareja, en seguida, se vio venir
un Ford verde con armas recortadas asomando por las ventanillas. Yo me escondí
detrás de un auto, ellos corrieron a la fosa donde arreglamos los chasis, pero
los tipos pararon y: ¡Qué carajo! sin decir nada los barrieron a balazos, otro
que estaba en el Ford sacó unas pistolas de adentro del maletero y las tiró
sobre los cuerpos inertes, les sacaron los documentos, tomaron fotos y, antes
de irse me buscaron y me amenazaron… correría la misma suerte si abría el pico…
¡Ay! tendría que verlos usted: tan señoritos, tanta corbata, gomina en el pelo,
traje impecable, ¡mierda de matones! Yo aún estaba con la boca abierta cuando
unos muchachos llegaron en una camioneta y cargaron los cuerpos. Todo ocurrió
en dos o tres minutos… Quedaron las armas y la sangre.”
Siguió lustrando el mismo trozo del automóvil que ya estaba puliendo hacía
rato y se perdió en un punto inexistente de su propio infinito. Estaba visto
que no debía despedirme de las personas con las que hablaba de Nohemí. Se abría
un abismo y yo caminaba por el borde.
Tomé
un ómnibus que me llevaría al centro en media hora. Llegando al obelisco recobré ni anonimato y suspiré
en una mezcla de desgaste y alivio. Solamente me faltaba un último gesto:
regalar el osito a la niña más parecida a mi amiga que encontrara en el camino.
Caminé por la calle Corrientes mirando a las nenas que pasaban hasta que
una me sonrió y sus pecas brillaron como las de aquella muchachita que dibujara
su vida con alegría.
Cuando extendí el osito hacia ella, saltó emocionada y su madre se
detuvo a mirarme… las mismas pecas, el pelo negro… la sonrisa de Nohemí y sus
ojos clavados en mí que se cerraron antes de girar y seguir su camino sin
saludar…
No pude reaccionar, me quedé clavada en el piso por minutos, no supe que
pensar… y volví a casa, entonces llegaron ustedes, ¡por suerte! porque a
alguien debía contarlo… pero ¿por qué se retiran? ¿Por qué se van sin saludar?
Mónica Ivulich,
1986 - Edición 2013
Derechos reservados.
Imagenes de Google
Monica: Generosa escritora, capaz de relatos como el que aquí presenta; cargado de fuertes emociones y de un realismo moderno y de gran calidad. Pero sin duda alguna, la principal virtud que tiene, es lo que me ha hecho sentir. Gracias, Monica!!!!! Una bella obra.
ResponderEliminargracias Jorge, tu sensibilidad es encomiable. Gracias por lo que aportas a las letras y a las mias en especial.
EliminarPreciosa historia, Mónica. muy bien contada.Es un placer leer tus textos. Abrazo desde Uruguay.
ResponderEliminarGracias Ada, me alaba tu comentario. Un abrazo y un deseo de un 2014 muy feliz.
Eliminar