Encuentro
con Guadalupe
Fue
en los tiempos en que L.A.I.A. empezaba a congregar cantidad de gente en las
reuniones quincenales para la Tertulia. Allí
se presentaban músicos, poetas, pintores y muchos amigos. En aquella época en
que unos invitaban a otros y todos terminábamos siendo amigos, cuando no familia
elegida, en que Guido llegó con su fiel Guadalupe. O fue que la Lupe llegó con
Guido?
Él
muy tímido, ella como empujándolo, entraron por las escaleras de LAIA.
A
escasos minutos de empezar la reunión, un poco desorganizada aun, Guadalupe se
acercó a mí y me preguntó si podía leer los poemas de Guido. Le contesté que
había micrófono abierto.
Me
gustó la idea de que ella leyera lo que él escribía y le dedicaba. Entonces me
contó que no había traído nada porque no sabía cómo era el programa, pero que
los tenía en su mail. Le dije que se sentara en la computadora y los
imprimiera, así lo hizo, ruborizada y agradecida.
Le
pregunté el nombre del poeta y ella se sonrió. Mucho después me enteraría que
era la primera vez que el público conocería sus escritos.
Ella,
antes de comenzar aclaró que él no se animaba a declamar pues decía que no
sabía hacerlo como ella y leyó, desde su asiento, unos poemas sencillos y
cargados del sentimiento más puro y sincero que he visto en un hombre grande
hacia su esposa. Eran versos que su esposo le escribía a diario, con temas
cotidianos y dulzura añeja. Todos dedicados a ella, incluso notas que le dejaba
en la nevera, disculpas por lo que había pasado el día anterior. Nos abría un
día a día de una pareja amorosa, sin complicaciones existenciales ni versos
rebuscados. La frescura llegó a la tertulia y todos los aplaudimos.
A Guido
por sus versos a ella por saber despertar esa inspiración y por querer que
todos conocieran a su poeta y a su amor.
La
figura etérea de Guadalupe, grácil y elegante, tomaba del brazo a Guido con la
soltura de quien está orgullosa de su pareja y de ella misma.
Me
vino a agradecer con afecto y ambas sentimos que teníamos un contacto especial
y personal.
No
fue la única vez que llegaron a la Tertulia de los viernes, trajeron poesías
impresas con anterioridad.
En
una oportunidad Guadalupe se quejó de la visión y de dolor de cabeza. Ahora me
pregunto si aquellos eran síntomas de lo que sucedería después.
Fue
un agosto cuando Linda accedió a leer el poema que yo le escribí a mi hijo
fallecido unos años antes. Yo no podía leerlo porque se me anudaba la garganta.
Vi como Guadalupe me miraba desde su silla, comprendiendo mi sufrimiento.
Se acercó
cuando se iban y me abrazó. Guido la siguió y me preguntó si algún día yo podía
copiarle ese poema. Sin pensarlo un segundo se lo entregué. El me pidió que se
lo firmara y lo hice.
Poco
después noté la ausencia de los dos, un conocido en común me dijo que ella
estaba en el hospital. Pregunté si se podía ver pero no sabían donde estaba y
me dijeron que estaba en coma.
No
valía la pena, dijeron, ella no puede ser visitada.
Por
mi cuenta empecé a meditar por ella, la visualizaba sana y feliz, con su amor.
La veía caminando con su elegancia de siempre, esbelta como un junco, elegante
y con esa mezcla de humildad y soberbia.
Pasaron
meses, nadie sabía nada. La ciudad se había tragado a mis amigos.
Fue
una noche en que Juan presentaba su libro en vi aparecer a Guido en la sala.
Se lo
veía callado, cabizbajo. Quise levantarme varias veces, a preguntarle y
abrazarlo a apoyarlo si podía. Pero, no me animé. Tres veces hice el impulso
antes de que empezara la presentación, no pude. Siempre alguien me hablaba,
alguien me llamaba o pedía algo. No pude.
Entonces,
pensé, cuando termine lo busco y le doy un abrazo para él y para Guadalupe,
donde sea que esté ella. Lo busqué antes de irme y no estaba, había salido
cargando su silencio como llegó. Pensé que lo lógico había sucedido, mucho
tiempo de coma y la muerte implacable. Me sentía apenada.
Unos
meses después yo estaba comprando en un supermercado y me había demorado
leyendo las etiquetas de algún producto. Sorpresivamente alguien agitó las
manos cerca de mí, unos sonidos casi guturales me indicaron que quería
comunicarse conmigo. Cuando me alejé para ver quién era, mi susto se hizo algarabío…
Guadalupe se abalanzó a abrazarme. No sabía qué decirle, no sabía si era ella o
una proyección de mi imagen, un fantasma o estaba soñando. Guido se acercó y me
abrazó también. Me dijo que era raro
como me había reconocido, pues ella no estaba recordando los rostros.
Tal
vez por lo que medité con ella, dije en voz queda.
Nos
sonreímos todos. Él me contó lo duro que había sido esos meses en el hospital,
el dinero que había costado, la soledad que había pasado, pero ahora se
compensaba todo con la recuperación que estaba logrando su mujer. Estaba empezando a caminar,
a hablar. Tenía que empezar de nuevo. Tenía que aprender como un niño, volver a
nacer era difícil.
Me
alegré cuando me dijo Guido que estaba editando el libro de poemas "Guadalupe" y que pronto lo publicaría, ella lo miraba
con esos ojos enamorados, felices,
orgullosos que Lupe tenía para él.
Guido nos envió la noticia de que su Lupe
había llegado al Reino de la belleza y la infinitud.
Estoy
convencida que Guido ha crecido como hombre y poeta Y estoy muy segura que
Guadalupe le sonríe desde allá, el lugar reservado para las diosas del amor,
para las musas y nereidas.
Mónica Ivulich
derechos reservados
Escrito para el argumento de la película "Guadalupe"
que deseamos pueda realizarse.
Es una preciosa historia de amor en mayúscula. Gracias por escribirla. Gracias por la belleza
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